Enrique Naula Barreiro
No alcanzo a comprender cuando alguien de mi edad prefiere cantar en inglés y no en español. Si es alguien que nació en Ecuador y que sus padres son ecuatorianos, no tiene excusa para preferir cantar en un idioma ajeno en vez de hacerlo en su lengua natal.
Cuando uno escucha las canciones en español, las letras entran hasta los pulmones; en cambio, cuando las escuchamos en inglés, solo se quedan en la nuca.
Las letras en español las entendemos sin esfuerzo alguno, podemos estar conversando con otra persona y sus contenidos nos van tocando los nervios sin darnos cuenta. Para entender una lírica en inglés hay que estar mucho más atento.
Tuve la oportunidad de hacer mi carrera de universidad en Estados Unidos, pero aun así, cuando escucho una canción en inglés y quiero cantarla, caigo poco a poco en el murmullo. A veces me topo conmigo mismo diciendo palabras que no las entiendo y seguro que nadie las entiende porque no existen. Son inventadas. Pero suenan parecido a lo que el verdadero intérprete está diciendo. Hay canciones que me sé su letra completa en inglés porque las estudié voluntariamente en mi adolescencia, lo cual no fue una digestión natural del contenido de la música, sino más bien una ingestión a regañadientes de un cuerpo extraño, aunque en su momento haya disfrutado su sabor.
Me trastorna ver a adolescentes ecuatorianos invadidos en su personalidad por la música en inglés. Me trastorna aún más porque sé que en mi adolescencia también me dejé llevar por lo mismo y tengo claro cuántos años puede durar la distracción. Mucha gente dice que la música es universal. Yo no lo creo así. Quizá la musicalización lo sea, pero las letras son para quienes las entienden, no son para todo el mundo.
Acepto que hay instrumentaciones brillantes de muchas canciones en inglés y que incluso superan en muchos casos a las de los artistas hispanohablantes, y de hecho las disfruto al escucharlas, e incluso puedo llegar a atreverme –luego de unas bebidas de entonación– hasta a bailarlas. Pero a la hora de cantar, hay que hacerlo en español. Las palabras salen desde las entrañas cuando se las canta en nuestro idioma, porque hasta el más remoto extremo de nuestra piel sabe lo que estamos diciendo.
Cuando cantamos en inglés, luego de repetir el coro con euforia, se apagan los nervios como quien apaga la luz de una fiesta cuando sale el último invitado. El idioma español es la mejor herencia que nos dejaron quienes conquistaron nuestras tierras. El inglés tiene su encanto por su practicidad, por lo directo de sus frases y porque al mundo se le ha hecho más simple aprenderlo como segundo idioma. El español, en cambio, es un jardín de frutos frescos cada mañana. Su complejidad y su armonía nos abren campos insaciables de expresión. Y los latinoamericanos lo hemos hecho más bello aún. Le hemos agregado un toque de calidez y picardía que enriquece su existencia día a día.
No es coincidencia que en la actualidad se ha convertido en el segundo idioma más estudiado como segunda lengua, solo superado por el inglés, el cual lleva una clara ventaja por su aplicabilidad comercial. Me atrevo a pensar que la mayor parte de gente que estudia español como segundo idioma no lo hace por negocios, lo hace por placer.
Como padres de una nueva generación tenemos que sembrarles a nuestros hijos el cariño por el español, para cuando lleguen a la adolescencia sus oídos estén más compenetrados con su ser y no tanto con su mente.
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