POR PABLO DUARTE
Cada Mundial trae la noticia de un entrenador que prohibe que sus jugadores tengan relaciones sexuales durante el torneo. ¿Es solo moralina disfrazada de ciencia, o es el arma secreta de las selecciones?
No solo no sorprende, sino que la estamos esperando. Unos meses antes del inicio de una competencia, ahí está, con su brillo color azul hipervínculo en el navegador: «Entrenador de selección de futbol nacional prohíbe a sus jugadores tener sexo durante todo el torneo». Parece más un intento desesperado por llamar la atención que una estrategia con consecuencias reales en la cancha. Porque los hay cada Mundial, entrenadores puritanos. Ahora, antes de llegar a Rusia, el entrenador que echó mano de este recurso de la publicidad fácil fue Joachim Low, malhadado titular de la selección alemana. Todos saben que esta fue la peor Alemania en mucho tiempo –despachada, célibe y todo, en la primera ronda–, y queda abierta la posibilidad a la especulación.
Y la pregunta es sencilla: ¿para qué hacerle tanto al canelas? ¿Prohibirle a 23 adultos que no tengan sexo durante un torneo de futbol trae algún beneficio tangible en el campo de juego? ¿O es más bien uno de esos juegos mentales que los entrenadores deciden echar a andar para asegurar su autoridad sobre el grupo? Si tomamos la muestra –estadísticamente cuestionable– del Mundial pasado, las selecciones que llegaron a cuartos de final fueron selecciones que no hicieron pronunciamientos explícitos de prohibición. En cambio, las que sí lo hicieron –Chile, Rusia, Bosnia, México–, no alcanzaron lugar entre las ocho mejores.
El celibato de alto rendimiento no es una idea del todo nueva. Ya en el primer siglo, en Capadocia, el médico turco Areteo proponía que la retención de semen servía para que los atletas mantuvieran su fortaleza (no escribió nada sobre el orgasmo ni la eyaculación femenina, claro, por la misoginia rampante practicada desde entonces). Y ese es el punto: mucho de lo dicho parece querer ver al acto sexual como una especie de dispendio, como si algo elemental –una energía, un espíritu– se gastara. Esa lógica de la conserva de energía parece, inevitablemente, una cosa de otro tiempo, un atavismo.
En busca de una respuesta autorizada, preguntamos al sexólogo César Galicia (@cesagalicia_)sobre lo efectivo o no de esta estrategia de castidad. «La ciencia dice que no. No se ha demostrado que tener sexo influya en el rendimiento, ni de forma negativa (cansándolos, por ejemplo) ni de forma positiva (aumentando su testosterona a un nivel que tenga repercusiones en su rendimiento). La excepción sería tener sexo pocas horas antes del evento, lo que podría afectar la capacidad de recuperación del deportista. Pero aparte de eso, nada se ha demostrado (también hay que mencionar que hay pocos estudios realizados y que la mayoría han sido en atletas hombres, pero es lo que hay)», dice Galicia. Y además especifica que el impacto que podría tener el sexo, no es físico. «Las repercusiones del sexo en un atleta podrían ser, más bien, psicológicas. Una atleta podría tener sexo la noche antes de un evento y le podría servir como un ritual de buena suerte que aumente su estado de ánimo. Un atleta podría serle infiel a su esposa o esposo antes de un partido y la culpa podría distraerlo del juego. Otro atleta podría sentirse frustrado de que no puede tener sexo y eso también podría ocupar su mente. Es decir: los efectos de la permisividad/prohibición del sexo podrían ser, más bien, mentales y variarían de deportista a deportista y de circunstancia en circunstancia.»
Entonces, la pregunta inmediata es, ¿por qué los entrenadores siguen prescribiendo el celibato como opción para rendir mejor? «Creo que es una cuestión moral que se disfraza de científica.», dice César Galicia. «Platón se oponía a que los competidores de las olimpiadas tuvieran sexo durante cierto tiempo antes de las competencias, en parte porque el deporte era una cosa virtuosa que no debía ser corrompida con la banalidad de los placeres del cuerpo. Creo que no hemos abandonado del todo esa idea y, más bien, la hemos buscado justificar a partir de las ciencias (como con aquello de que en el sexo ‘se pierde energía’ que puede ser usada en la competencia), aunque éstas nos demuestran lo contrario. Toma los deportes de combate, que son de los más exigentes: Ronda Rousey ha dicho que intenta tener la mayor cantidad de sexo posible antes de una pelea y es una de las mejores peleadoras de MMA de la historia. Dicen que Muhammad Ali dejaba de tener sexo dos meses antes de una pelea y fue el más grande. De nuevo: todo indica a que todo está en la cabeza y en la relación personal del deportista con el sexo. Si un deportista es capaz de ritualizar tanto el tema, ¿por qué no habría de hacerlo su entrenador?»
El caso a favor, el contracaso, viene de quien prohibió y ganó. En la época moderna un «cabalero», un mi de importancia, entrenador idiosincrático y campeón del mundo en México 1986, es quizá el más famoso proponente del candado al calzón de castidad. Carlos Salvador Bilardo, además de futbolista profesional se graduó como médico ginecólogo. Con título universitario y experiencia práctica, parecía difícil rebatirle la pseudociencia. Pero él era tajante: sus jugadores no tenían relaciones sexuales salvo tres días antes del partido. Según él: «Si vos tenés relaciones sexuales antes de los partidos, va a disminuir su poderío físico y va a tener problemas, por eso vos tenés que cuidarlo.» Con sus convicciones y sus manías, el «Narigón» ganó la Copa del Mundo de 1986 y llegó a la final de la siguiente en Italia. Qué difícil convencer a quien tiene el trofeo en la mano que sus cábalas y sus costumbres peculiares no tuvieron algo que ver.
La verdad sobre el sexo y el futbol –el deporte en general– parece ser que las explicaciones de la ciencia no han logrado vencer en este caso al mito y su credibilidad.
Publicado originalmente en VICE.com