Artículo publicado en la revista El Gráfico, en abril de 2001.
Por PABLO ARO GERALDES
Entre las ventajas que proporciona la altura de Quito y su maduración como equipo, Ecuador es la sensación de la Eliminatoria, en la que está tercero. El técnico Bolillo Gómez apeló al sentido patriótico del plantel (hasta entrena en un cuartel) y la gente encontró su único motivo de orgullo en el fútbol.
El Mariscal Sucre ya no dirige su mirada de padre de la patria a los ecuatorianos, al menos ya no desde los billetes que circulan en el país. Tampoco le da su nombre al dinero que tanto sacrificio le cuesta a este pueblo golpeado. Los billetes son verdes y George Washington pasa de mano en mano como un extraño usurpador de la identidad nacional. Es que paralelamente al mejor momento de la historia futbolística de Ecuador, el país vive su crisis más profunda en lo económico y financiero, que terminó con la adopción de la moneda estadounidense y el temido “default” que lo pone ante los banqueros del mundo como un deudor que no puede hacer frente a sus compromisos.
Los doce millones de ecuatorianos están conociendo en su propia piel el sabor dulzón de las tres G, esas que el hincha de cualquier parte del planeta reconoce como Ganar-Golear-Gustar; pero a la vez el país está inmerso en lo que podría identificarse como las tres D: Deuda-Dolarización-Desempleo.
Mientras 40.000 hinchas reventaron las tribunas del Estadio Olímpico Atahualpa, de Quito, para ver como su selección le daba vuelta un partido chivísimo a Paraguay y se trepaba la tercer lugar de la eliminatoria, organizaciones indígenas se levantaban contra el gobierno de Gustavo Noboa. Reforma tributaria, paro judicial, caídas en las ganancias bananeras, todo mal, salvo…
La única alegría
Se le puede abrir un paréntesis al sufrimiento, el fútbol lo permite. “Es una buena excusa para ser feliz”, dijo alguna vez César Luis Menotti y ningún ecuatoriano se animaría a desmentirlo. Están terceros en la eliminatoria delante de Brasil, al que vencieron por primera vez en su historia; y ante Paraguay sumó su cuarta victoria consecutiva terminando con un invicto de siete partidos que sumaban los guaraníes. El mundial, ese sueño al que siempre le sonaba el despertador antes de hora, empieza a vislumbrarse como una meta posible de alcanzar.
La razón fundamental es que Ecuador maduró futbolísticamente. Ya no es la selección de décadas pasadas que servía de partenaire al festín futbolístico de argentinos, brasileños y uruguayos. La ingenuidad y el temor fueron dejando paso al profesionalismo y las goleadas sufridas van quedando sólo en el recuerdo.
Las multitudes que invadieron las calles de Quito, Guayaquil, Cuenca, Riobamba y cada pueblito perdido se sintieron también protagonistas de la hazaña del último partido ante Paraguay. Es que sin Alex Aguinaga (salió lesionado) dio vuelta el partido jugando 71 minutos con 10 hombres, luego de que Ángel Sánchez expulsara a Augusto Porozo. Hasta el gobierno detuvo sus actividades para seguir el partido y la administración pública tuvo asueto por la tarde. Ni hablar de los chicos fuera de las escuelas. “Somos todos los ecuatorianos los que vamos al frente, no sólo los jugadores. Sin el público no seríamos nada”, recalca Geovani Ibarra, uno de los arqueros.
Pero este séptimo triunfo en la ronda eliminatoria marca más que otra buena actuación, casi heroica. Señala la continuidad de un proceso, como lo explica el lateral Ulises de la Cruz: “maduramos mucho. Me molestaba que nos vieran como a la última rueda del coche. Ahora vamos seguros, por el camino correcto”.
Hernán Darío Gómez sabe a que quiere jugar. “Abajito, rasito”, como piden los ecuatorianos cuando quieren que la pelota circule contra el piso. Y además le ponen “ñeque”, o energía, o el famoso par de atributos que el hincha tanto valora.
“Desde que hice la convocatoria para el partido ya tenía miedo”, confesó el técnico colombiano tras el partido con Paraguay, pero terminó elogiando a sus muchachos: “realizaron una cotejo hermoso, divino, de no dirigir, de disfrutar”. Esa es precisamente la filosofía que llevó arriba a su generación, cuando jugaba con la camiseta colombiana un fútbol alegre y sin la obsesión del resultado, que consiguió colarse en el pelotón de los de arriba. Es ese juego colombiano el espejo de los ecuatorianos.
Motivator colombiano
Aun con la distancia que separa a ecuador de los grandes sudamericanos, la línea de juego empieza a ser respetada por todos. Pero según el periodista Vera, “lo que es sorpresa es la actitud del grupo que maneja el Bolillo, su llegada a los jugadores, sin acartonamientos. Es de confianza y eso es lo que necesitaba el jugador ecuatoriano, porque condiciones tiene. Actuó más como un motivador, como un psicólogo, que como un entrenador”.
“Sí, se puede; sí, se puede”, fue el grito de los hinchas durante el último partido. Y es que en las tribunas recogieron el mensaje del técnico. Estratega también fuera de la cancha, Gómez había declarado antes del choque con los paraguayos: “El aficionado nos va a meter en el mundial si sigue alentando así. Nos empuja. El hincha y el jugador forman una gran familia en la que caminamos juntos para llegar al éxito”. Las flores se cruzan de la popular al banco. El volante centra Juan Carlos Burbano también reconoce que “tácticamente Bolillo se maneja como Maturana, pero la diferencia está en lo anímico. Su emotividad nos contagia, hace vivir cada partido como una fiesta, es algo hermoso”. Y el lateral De la Cruz destaca que Gómez les dio “ese convencimiento que nos faltaba para jugar contra rivales importantes”.
Lejos de lo futbolístico, Ecuador es un país dividido, y no solamente por la línea que separa los hemisferios norte y sur, la que le da el nombre al país. La separación existió siempre entre la gente de la costa y los de la sierra, terratenientes e indígenas postergados, una historia repetida a lo largo de América Latina. “Siempre hubo diferencias –explica Burbano–, incluso entre la gente de color: los negros de Esmeralda se diferenciaban de los negros de Ibagura, los de Guayaquil con los serranos, como yo, que soy de Quito”. Pero el trabajo principal de Hernán Gómez estuvo en este punto: la unidad. “Antes había diversas emociones, y él sacó lo mejor de cada uno para unirnos”, dice Burbano.
Los rivales también reconocen este proceso bien encaminado de Ecuador. Sergio Markarián, técnico de Paraguay dijo: “sabíamos que enfrentábamos al mejor Ecuador de la historia. Contra cualquier otra selección ecuatoriana, hubiésemos ganado. Nos venció un Ecuador con los cinco sentidos enchufados y muy motivado, con buenos futbolistas y con un gran planificador como lo es el Bolillo Gómez”.
Yo quiero a tu bandera
¿Cómo hacer para unificar bajo un mismo sentimiento nacional a gentes de diferentes regiones siendo extranjero? La fórmula del Bolillo fue sentirse tan ecuatoriano como ellos, para que notasen lo ridículo de sostener esas divisiones del pasado. “Cada día me siento más ecuatoriano”, declaró; aprendió el himno y antes de los partidos piden que lo canten todos con la mano en el corazón y mirando a la bandera, como lo hace él.
“Había que ponerle amor y mucho patriotismo al partido”, dijo justificando el gesto que estrenó en el último partido y contó que cuando llegó contratado por la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF), “lo hice por dinero, pero ahora es un asunto de honor, de amor por este país que me ha hecho más hombre y más maduro”.
Había entrado a la cancha agitando los brazo, pidiendo apoyo para el equipo. “Ecuador, Ecuador”, gritaba. La gente se enloqueció, como el relator que dejaba su garganta, emocionado: “Es colombiano y ¡veánlo, parece ecuatoriano!”. Para De la Cruz “no es anecdótico lo del himno, para el plantel es muy significativo: él es un tipo que se ha comprometido con Ecuador”. Igual el técnico afloja la euforia y confiesa que “aún me hace falta aprenderme algunas estrofas”.
Los jugadores lo aman y no lo disimulan. El arquero José Cevallos dice que “se ha formado una gran familia. Bolillo no solamente nos lleva de su mano en la parte estratégica, pues llega hasta lo humano del futbolista ecuatoriano, que lo hace ser más profesional y solidario”. Su suplente, Ibarra, destaca “una unidad que usted no se imagina. Cada dos o tres días el profesor Gómez se comunica con nosotros por teléfono, aun con los que juegan en el exterior. Pregunta cómo estamos, se preocupa por nosotros. Lo vemos como a un entrenador y como a un amigo y eso nos genera muchisísima confianza”.
Al frente, march…
Con la idea de hacer sentir más ecuatorianos a los ecuatorianos y estar orgullosos de ello, el técnico tiene tácticas poco ortodoxas, pero que, por las palabras de los jugadores, funcionan. La que rompe todo lo conocido es la de hacer realizar las concentraciones y entrenamientos en la Escuela Superior Militar, de Quito. Víctor Vera ensaya una explicación: “Lo del cuartel es para que aprendan del soldado su amor por los símbolos patrios. En un país muy dividido, Bolillo tomó el símbolo de la unión”.
Eduardo Hurtado, el delantero de Argentinos Juniors, y Jimmy Blandón hace varios partidos que no visten la tricolor por problemas de conducta, según el periodista. Pero estos problemas de indisciplina que años atrás manchaban la imagen del futbolista ecuatoriano, obviamente desaparecieron en el cuartel. Geovani Ibarra lo confirma: “Estar con los militares no enseña disciplina. Ellos tiene un lema que dice: Sólo venciéndote vencerás, y lo compartimos”.
En el recinto militar de Parcayacu, a 10 kilómetros de la capital, da privacidad y transmite un espíritu nacional. “Estar entre soldados ayuda –reconoce De la Cruz–, verlos trotar entonando cantos patrióticos desde las cinco de la mañana nos contagia entusiasmo”. Lejos del lujo de los hoteles, el cuartel tiene cuartos humildes que general un clima especial, si no, basta con escucharlo a Burbano, que destaca que “allí nos dan ganas de defender al país , de querer más a la patria. Ponerse la camiseta con los colores de la bandera es un honor. No tenemos de olvidarnos que hay gente que deja de comer para venir a vernos”.
Sin llegar a alentar absurdos nacionalismos que no tienen que ver con el fútbol, los militares les dan el entorno de unidad nacional que necesitaban, dejando atrás los regionalismos. Más cuando esa incentivación viene de un técnico extranjero.
Lo que viene
Ecuador es un equipo compacto, no se resquebraja con la salida de Aguinaga. Demostró ante Brasil y Paraguay que no es más aguinagadependiente. Pero todavía faltan seis partidos. El próximo, ante Perú en Lima tiene un sabor especial. “Podemos perder con cualquiera, pero a Perú hay que ganarle como sea”, piden los hinchas, que no olvidan la guerra del 95. “La gente está muy emocionada y tiene presente lo de aquella guerra, pero nosotros queremos abstraernos de ese clima, esto es fútbol, nada más”, asegura Ulises de la Cruz. Después recibirá a la Argentina, visitará a Colombia y Bolivia, será local ante Uruguay y terminará en Santiago, ante Chile. Analizando fino se recordará que en los 2850 metros de altura de Quito, argentinos y uruguayos cayeron camino a Francia 98, y la mayoría de encuentros fuera de Ecuador será ante selecciones casi eliminadas. “Hay que seguir trabajando para sumar, pero aún falta tanto…”, se ataja Iván Kaviedes, quien en 1998 fue el máximo goleador mundial, con 43 tantos. Es una de las cartas fuertes del Bolillo, “malvado, excéntrico, habilidoso y egoísta, un crack”, como lo definió el diario El Comercio.
Luis Chiriboga, presidente de la FEF, rescata que “ahora Ecuador depende sólo de sus propias posibilidades. Tenemos un equipo homogéneo, y a un equipo unido como el nuestro es difícil ganarle”. Todo empieza a jugar, los números, la altura, las especulaciones, los sueños… La tabla deschaba a grandes como Brasil y Uruguay, por debajo de los ecuatorianos. La lógica, que tantas veces queda ridiculizada por la realidad, dice que Ecuador estará disputando el cuarto puesto con Uruguay y Colombia. La ilusión, que no entiende nada de lo anterior, ya quiere sacar pasajes para Japón y Corea.
Descarguen